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octubre 14, 2016

Para entender lo que ocurre en Venezuela y lo que vendrá en Argentina

CRISIS DE MALESTAR EXACERBADO

 
Pero, ¿hasta dónde llega? ¿A quién le podemos disparar? A este paso me muero antes de poder matar al que me está matando a mí de hambre. No sé. Quizá no hay nadie a quien disparar. A lo mejor no se trata en absoluto de hombres. Como  usted ha dicho, puede que la propiedad tenga la culpa […] Tengo que reflexionar -respondió el arrendatario-. Todos tenemos que reflexionar. Tiene que haber un modo de poner fin a esto. No es como una tormenta o un terremoto. Esto es algo malo hecho por los hombres y te juro que eso es algo que podemos cambiar”. (“Las Uvas de la Ira” de John Steinbeck)

(Fragmento de la tesis doctoral MALESTAR, CRISIS Y REPRESENTACION EN AMERICA LATINA)

            García Delgado (2003:65) sostiene que primero fue el desencanto (en los años ochenta) respecto de que la democracia pudiera responder a las necesidades materiales y de mejora social de los individuos. Luego, en la década del noventa, vino la delegación en un poder ejecutivo decisionista, paralelamente a un proceso generalizado de privatización que favoreció la apatía ciudadana y fomentó el auge del individualismo competitivo. Finalmente, junto con la continuidad de la recesión, el desempleo, la corrupción y la desnacionalización, surgieron la bronca y la protesta.
            En Argentina, durante el gobierno de De La Rúa se llegó a una situación de ruptura del contrato social y de divorcio entre sociedad y política, de vaciamiento de las formas tradicionales de representación política y de búsqueda, al mismo tiempo, de nuevas mediaciones y formas organizativas. En la sociedad se observan simultáneamente dos fenómenos, aparentemente contradictorios: una acentuada apatía y/o crítica con respecto a lo público y estatal y una tendencia a la autoorganización.
            Lo primero, revelado en la actitud de la ciudadanía respecto de las obligaciones electorales, tanto en la abstención electoral como, en forma más activa, en el voto nulo, “voto bronca) y voto en blanco como rechazo a la oferta convencional que produce el sistema político, así como en la acción colectiva directa de repudio a representantes de la clase política (“escrache”). Lo segundo, en la aparición de la voluntad con la intención de ocupar, reparar, o efectuar acciones colectivas grupales con contenido social (organizaciones de economía social, de desempleados, de defensa de derechos, de solidaridad) (INAP, 2003).
            Lo cierto es que, en medio de la crisis, la demanda más ostensible de la población sobre su dirigencia política se refería al carácter ético y, además, a la eficacia. La ciudadanía pretendía, en forma pragmática, observar resultados concretos, obtenidos por las políticas públicas, y tendía a realizar algunas experiencias de organización civil sobre el espacio vacío de representación dejado por el Estado y los partidos políticos. Se concentraba en la imputación a la dirigencia respecto a la recesión y la depresión económica, que se vive de manera casi permanente desde hace años, y la crisis socioeconómica colabora fuertemente en el distanciamiento de la sociedad civil en cuanto al estamento político profesional (García Delgado, 2003:66; INAP, 2003:98).
            Entendemos  por crisis de malestar exacerbado, cuando se producen algunas de los siguientes conflictos institucionales:
a)    Vacío de poder;[i]
b)    El gobierno no es percibido como capaz de resolver agudos problemas políticos, económicos y sociales;
c)    El gobierno termina desbordado por las presiones populares;
d)    Hay una creciente pérdida de legitimidad del gobierno y hasta de las propias instituciones democráticas, que tampoco son percibidas como eficientes, a la par que los dirigentes y gobernantes se encuentran sospechados de estar reñidos con la ética política;
e)    La corrupción en los poderes del Estado es generalizada y repudiada por la ciudadanía;
f)     Los gobernantes renuncian y asumen gobiernos provisionales;
g)    Existe un contexto de carencia de representatividad (de los poderes de gobierno y/o de los partidos políticos) donde los ciudadanos no perciben salidas institucionales viables (IDD-Lat, 2006:134).
h)    Se producen extendidas movilizaciones de protestas que expresan un estado de ánimo mezcla de ira y frustración. Las reacciones emocionales sustituyen a la racionalidad democrática.
i)     Se representa una suerte de catástrofe social, en la cual se combina una mayoritaria declaración de adhesión al régimen democrático y de desconfianza al Congreso y los partidos políticos y en diferente magnitud, a todas las instituciones públicas (Mocca, 2002:255).
j)     En ese marco, irrumpen la antipolítica; el estremecimiento social derivado de inflaciones desbocadas, hambre generalizada o la hiperdesocupación; por fin, la política es enfrentada a las ideologías, a la gente y de ello se encargan los periodistas y los propios políticos.
k)    El Estado es puesto en contradicho por la ciudadanía en razón de ineficiencia o debilidad.
l)     Se insinúa un final de época.
 
            En los estudios del Índice de Desarrollo Democrático de América Latina confeccionado conjuntamente por la Konrad Adenauer Stiftung, Polilat.com y Red Interamericana para la Democracia, se lo valora a través del “factor de anormalidad democrática”, el que es definido como la “incapacidad institucional para el procesamiento de las tensiones que la democracia debe armonizar y administrar”, o dicho de otra manera “cuando las instituciones son forzadas para lograr un mantenimiento del régimen democrático”. Se visualiza este indicador objetivo (basado en estándares observables) a través de la ocurrencia de crisis institucionales que dan cuenta de una “eficiencia política ausente” y/o una “baja o nula capacidad institucional para ejercer el poder.” (IDD-Lat, 2006:134; IDD-Lat, 2004:40)
            Este grado constituye la hipérbole del malestar en la democracia, en la que se advierte en el gobierno: vacío de poder, inmovilismo o abandono; en la ciudadanía: movilización en las calles, asambleas barriales, protestas populares intensas (cacerolazos, apagones, saqueos, piquetes, escraches, cortes de calles y caminos, sanción social, etc.). Alcira Argumedo sostiene que con estas reacciones no se cuestiona a la democracia como sistema, sino a “una forma de democracia” individualista, racista y desigual (Argumedo, s/f).
            Nosotros suscribimos la tesitura que desde el punto de vista del desarrollo de la política democrática, la incorporación de la protesta supone integrar la dimensión del conflicto y el antagonismo junto a la del consenso y la discusión razonable propia del discurso hegemónico, abriendo la posibilidad de enriquecer el debate en la esfera pública e introducir en el mismo nuevas demandas y nuevos temas, así como hacer presentes nuevos grupos habitualmente excluidos (Benedicto, 2004).
            Pablo Méndez (2005) denomina a las situaciones descriptas en este acápite como “las democracias de la ira”. El fragmento de Steinbeck “Las uvas de la ira” transcripto al inicio del capítulo refleja a la perfección la desesperanza ante lo que Hannah Arendt (1998) denominó el “gobierno de nadie”, en alusión al moderno estilo de gobierno: todo es el “aparato”, el “sistema”, el “Estado”, entes abstractos que nunca encuentran personificación alguna cuando de rendir cuentas se refiere. Nadie es responsable de nada, tampoco nadie es capaz de dar respuesta: nos remiten a alguno de esos entes que justifican lo que sólo una persona o un grupo de personas ha creado, gestionado, propiciado o ejecutado.
            Cada vez es más común la queja de soledad cuando un ciudadano se enfrenta a un problema que incumbe a la administración. En todo esto, el elector se siente solo, desamparado, discriminado, airado. Los sociólogos y analistas políticos tienen que recurrir a explicaciones cada vez más inverosímiles sobre los resultados electorales o la participación política de los ciudadanos. Los políticos tienen que hacer mayores esfuerzos demagógicos y propagandísticos para restañar su pérdida de popularidad. Los partidos políticos requieren de mayores partidas presupuestarias para convencer a votantes cada vez más apáticos y descreídos. Emerge la turbulencia social, la crispación política, los dirigentes dejan de ser personas de crédito -piedra angular del humanismo que marca la modernidad- (Marín, 2007).
            La singularidad del principio y resolución de los conflictos político-sociales de los últimos años, nos motivó a adentrarnos en el análisis en profundidad, ya que:
            a) La sociedad movilizada es la que se encarga de poner fin a los gobiernos democráticamente elegidos.
            b) Las crisis vienen siendo solucionadas mediante mecanismos constitucionales.
            c) Lo que existe es un creciente malestar en la democracia y no necesariamente con la democracia.
            d) Las reformas económicas de los últimos veinte años han dejado una gran deuda: el fortalecimiento del Estado democrático.
 
            Resta señalar que en América Latina, los últimos años han estado marcados por la existencia de varios focos de tensión de diferente naturaleza y la práctica totalidad de los países de la Región se ven afectados por diversos conflictos a la vez. Algunos de ellos no han finalizado y los que sí lo han hecho siguen mostrando sus repercusiones en el presente. A pesar de la heterogeneidad de los casos, se detecta un cambio cualitativo en la naturaleza de los conflictos que atraviesan a América latina: Los problemas tienden a producirse dentro de los Estados y no entre ellos materializándose en luchas por el control territorial, disputas por el control del gobierno, rivalidades en cuanto a la obtención de derechos étnicos y culturales, etc. (esto no implica que estos conflictos no estuvieran presentes con anterioridad).
            Con la excepción de Colombia, Sudamérica no es en la actualidad una región especialmente afectada por conflictos armados. Ello fundamentalmente se debe a tres razones:
            a) Las disputas territoriales arrastradas desde las épocas de la formación de los Estados nacionales fueron resueltas gracias a diversos instrumentos de arbitraje nutridos por el avance del Derecho Internacional;
            b) Las guerras civiles de finales de la década de los sesenta se atenuaron tras la consolidación de los procesos democráticos;
            c) A finales de la década de los noventa, quedaron prácticamente resueltos la mayoría de los conflictos limítrofes que afectaban a América del Sur.
 
            Pero a pesar de los avances logrados, los Estados latinoamericanos, en general, se encuentran aún sometidos a disputas políticas y civiles, a graves desequilibrios socioeconómicos así como a un debilitamiento de sus estructuras democráticas. Esta coyuntura genera un panorama que conduce a la fragilidad y vulnerabilidad del Estado, una situación que permite la irrupción de nuevos actores y diferentes agentes promotores de crisis. El particular caso sudamericano nos descubre que las variables a tener en cuenta son siempre numerosas y que cada caso tiene suficientes especificidades para que se tengan en cuenta factores añadidos (como etnia, género, etc.) que condicionan los conflictos; son muy pocos los provocados por una sola causa sino que son fruto de una multiplicidad de factores. Además, las sociedades no generan dilemas de una manera absolutamente idéntica ni éstos siguen la misma pauta una vez que estallaron las crisis. De este modo, los casos individuales varían considerablemente (Del Álamo, 2005.)
            Los recientes y cercanos casos de ingobernabilidad se han caracterizado por manifestaciones populares que quitaron legitimidad al poder ejercido por los gobernantes, quienes a su vez demostraron ser incapaces de transformar los pactos de poder y posibilitar la inclusión efectiva de la población. A diferencia del pasado, cuando las crisis de gobernabilidad en la Región se resolvían con la interrupción del régimen democrático, las crisis reinantes sólo fueron resueltas dentro del sistema institucional. En la segunda parte de la tesis evaluamos si ello trajo aparejado la profundización de la democracia. Porque, esto último depende de la refundación del pacto de poder y no sólo de las reglas de su ejercicio y su institucionalidad (Fleury, 2005).
Causas del malestar exacerbado: discernimos cinco causas de magnitud:
a) Razones económicas;
b) Cuestiones humanitarias;
c) Hecho/s inesperado/s;
d) Hastío con los gobernantes;
e) Quebrantamiento de los umbrales democráticos

  Pero, cuando nos hallamos en presencia de una crisis de esta índole se producen, generalmente, una concurrencia de factores y causas que motivan la exaltación y la furia de los ciudadanos. Entre ellos podemos mencionar:
a) Los insuficientes resultados económicos y sociales de los regímenes democráticos;
b) La crisis y el desprestigio del Estado y de lo público;
c) La carencia de una sólida cultura democrática;
d) El efecto de los casos de corrupción de políticos;
e) Las dificultades en la relación entre los partidos políticos y el resto de la sociedad civil;
f) La subordinación de la actividad política a los poderes fácticos de origen nacional y transnacional;
g) El incremento de la violencia política y no política;
h) En algunos países, las dificultades de las relaciones de las FF.AA. con la institucionalidad democrática

[i] Estimamos por vacío de poder (power vacuum): la situación que se produce en los gobiernos cuando no hay nadie que asuma la cabeza visible del poder público, o cuando no queda en claro quién es el que decide las cuestiones de Estado. Conlleva incertidumbre, inestabilidad y puede desembocar en una total ausencia de gobierno

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