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octubre 17, 2009

VOLVER A LA ETICA DE PELAGIO LUNA


Vicepresidente de la Nación
Dr. Pelagio Baltazar Luna:
Rememoración en el 90º aniversario de su fallecimiento

1919 25 de junio 2009

La Constitución Nacional rectamente interpretada y sinceramente aplicada,
es el mejor programa que debe anhelar en la actualidad,
ya se lo considere del punto de vista de su practicabilidad
como del amplio margen que deja a los arbitrios y adaptaciones
que determinen las transformaciones que necesariamente
ha de operar en el mundo la conflagración europea
.”

(Fragmento del discurso del Dr. Pelagio B. Luna
pronunciado en la Ciudad de Rosario en la campaña electoral de 1916).


El Comité de la Juventud de la Unión Cívica Radical dedicó la
corona de flores y su discurso fúnebre:
Al hombre-guía, al hombre-luz, al hombre-acción.
Pelagio Luna, que fue la genuina encarnación del espíritu del Bien
.”


Por Javier Pablo Marotte
Doctor © en Ciencia Política (UNC)

INTRODUCCIÓN
En momentos en los cuales la Argentina soportó “el derrumbe político” de 2001-2002 (Novaro, 2002), en el marco de una catástrofe social inusitada, con exasperadas demandas ciudadanas de renovación de la dirigencia, pidiendo “que se vayan todos”; es necesario reflejarse en los ideales y principios de los políticos respetados, probos y virtuosos que construyeron con esfuerzo y dedicación (incluso con renunciamientos personales) una República, tal como idealizaron los constituyentes de 1853, la generación del ochenta del siglo diecinueve y los prohombres del radicalismo: Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle e Hipólito Yrigoyen.
Frente a una dirigencia política “atónita e impotente” (Mocca, 2002:255) y la “sociedad desconfiada” (Paramio, 1996) en el “mundo de la incertidumbre fabricada” (Giddens, 1996), la política devaluada por los malos resultados, la corrupción, la frivolidad, la falta de políticas de Estado, el demérito del adversario visto como un enemigo y no como un antagonista (Mouffe, 2003), urge rehabilitar a la política y a los políticos.
Así, como nuestra historia -con la pluma seminal de Bartolomé Mitre- se fue escribiendo poniendo de resalto las victorias de nuestros Ejércitos, la honorabilidad de nuestros patriotas, la humildad de los más grandes, el desprendimiento de los héroes, la labor de los pensadores, la lucha por la libertad y el derecho a expresarse libremente; la desacreditada -aunque ineludible- actividad política, ha de reformularse sobre los andamiajes y cimientos de aquellos que son exaltados como portentos de nuestra vida republicana.
Más allá de sus luchas, de sus éxitos y fracasos, de sus humanas equivocaciones, perduran en la memoria valores que hoy nos parecen lejanos y extraños, pero que durante décadas caracterizaron a nuestros políticos. Entre ellos, con justicia se encuentra un arquetipo de la política nacional: Pelagio B. Luna. Porque entendemos que “la política no es geometría”, sino un espejo de la vida con la cual comparte grandezas y servidumbres (Pendás, 2007:8); en ese espejo deben reflejarse esos “Señores de la Política” que la prestigiaron, honraron y enaltecieron.
Nos incumbe propender a la rehabilitación de la política como modo de superación del “malestar en la democracia”; siendo menester recobrar la vigencia de lo político en su total amplitud, la nobleza de la acción política, la credibilidad de la ciudadanía y la afección a las instituciones de la República.
Consideramos al doctor Pelagio B. Luna como el epígono de una dirigencia honesta, coherente y encaminada al bien común, que supo anteponer a la Nación por encima de las apetencias personales. Son esos ideales y esos principios que sustentaban éstos Políticos argentinos, los que al haber trocado o decaído, provocaron la inusitada crisis de confianza, que llegó a su pináculo en 2001 cuando se exigía en una suerte de democracia callejera, que no quedase ni uno solo de los malos dirigentes o de los fútiles representantes del pueblo.
Muchos estadistas y dirigentes argentinos son merecedores de evocación por su inclaudicable militancia en la política imbuida de ética sin ambages. Hoy nos convoca el recuerdo de Pelagio Luna. Él es uno de los paradigmas a los que debemos retornar para que la desafección ciudadana por la política se diluya y se recuperen definitivamente la República y la vigencia irrestricta de la Constitución. Para lo cual, se precisa de instituciones sólidas, permanentes y previsibles. Esas instituciones urgen de muchos Lunas, de nuevos Lunas, pero con aquellos mismos ideales en que militó el insigne vicepresidente de los argentinos.

1.- Pelagio Luna: 1867-1916
Las dificultades de la biografía crecen sobremanera
cuando las virtudes y méritos del hombre
han estado custodiadas por la modestia.

Nació en la ciudad de La Rioja el 6 de enero de 1867, siendo sus padres don Domingo Luna y doña Filomena Herrera y Herrera. Fue bautizado con los nombres de Pelagio Baltazar[1] en la Iglesia Matriz de su ciudad natal y su familia se conformaba con 14 hermanos más. Cursó sus estudios primarios en la por entonces denominada “Escuela de la Patria” (o Escuela Pública del Estado) y los secundarios en el Colegio Nacional de La Rioja, donde se recibió de bachiller.
Muy joven se trasladó a Buenos Aires, donde en la Universidad Nacional obtuvo el título de abogado y el 24 de mayo de 1889, a los 22 años, el doctorado en Jurisprudencia. Su tesis versó sobre: “El mandato y las obligaciones del mandatario”, habiendo sido apadrinado por el Dr. Carlos Luna. “En las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires se impuso desde los primeros años por su talento e ilustración” (De La Vega, 1920). Fue compañero de Lisandro de la Torre, Fernando Saguier, Felipe Arana y Emilio Gouchón, entre otros.
Se vinculó a la Unión Cívica de la Juventud en 1889 y participó de la Revolución del 26 de julio de 1890 que provocó la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman. Luego de ello regresó a su provincia originaria, donde se desempeñó como juez en lo civil, comercial y criminal; fiscal del Tribunal Superior de Justicia y posteriormente vocal del mismo alto cuerpo. Dictó cátedra de Literatura, como profesor titular y de Filosofía e Instrucción Cívica, como interino, en el Colegio Nacional de la ciudad de La Rioja; fundó y dirigió al partido radical en su provincia.
Muy joven y apenas recibido en 1889 integró la Convención Reformadora de la Constitución de la Provincia, la que 20 años después, el 22 de junio de 1909 logra sancionar la nueva Carta Magna, tras casi dos décadas de obstrucciones y paralización. Pelagio Luna fue uno de los miembros de la comisión redactora que se basó en el proyecto de Joaquín V. González.
Asimismo ejerció el periodismo, habiendo sido integrante de la redacción y corresponsal en La Rioja del diario “La Prensa”. En 1901 fundó el periódico “El Independiente” que cuenta hoy con 108 años de antigüedad. Fue vocal del Colegio Nacional de La Rioja, del Consejo de Educación, presidente de la Comisión de Defensa Agrícola y de la Biblioteca Popular. No actuó en ningún otro partido que la Unión Cívica Radical.
En 1892 votó la Declaración de Principios de la U.C.R. como representante riojano, en la que se señalaba:
“I. En la renovación del Congreso y del Poder Ejecutivo Nacional, han sido violadas las leyes fundamentales de la República, reemplazando el veredicto del pueblo con el fraude y las arbitrariedades de la fuerza.
II. Que en las provincias se hallan substancialmente subvertidas las Instituciones republicanas de gobierno garantizadas a los pueblos por la Constitución Federal.
III. Que esta alteración profunda de nuestro régimen institucional, ha conducido al país a una crisis política social y económica que en su íntimo desarrollo, ha suprimido la voluntad popular en el interior y comprometido al crédito exterior de la República.
IV. omissis
V. Que la Unión Cívica Radical se mantendrá firme en la lucha que sostiene en defensa de las leyes fundamentales de la Nación, para hacer preponderar las libertades públicas y los principios de su programa, como verdaderas bases de la regeneración y felicidad de la Patria.”

El 4 de febrero de 1905 también firmó el Manifiesto Revolucionario en el que se exigía sufragio libre, respeto a la Constitución, moral administrativa, vida republicana sana, libertad para el municipio y respeto por las autonomías provinciales, ya que por entonces “los gobernadores eran simples empleados del presidente guardándole sumisión y pleitesía” (Quevedo, 2003:59).
Presidente de la Convención Nacional de la U.C.R. en 1909, fue elegido en dos ocasiones diputado provincial, aunque no ejerció su mandato en ninguna de las oportunidades, ya que la Legislatura no aprobó sus diplomas en razón de su condición de opositor al Régimen. Encabezó las listas del radicalismo en 1912 como candidato a diputado nacional, aunque no obtuvo la banca a la que aspiraba. En noviembre de ese mismo año la U.C.R. riojana dio una declaración, de la cual transcribimos el siguiente párrafo:
“La U.C.R. surgió en una hora histórica, en contraposición al torbellino de pasiones corruptas que la ambición engendrara en el ejercicio del poder, y su obra, de tenaz perseverancia y de sacrificios cruentos, si pudo concitar resistencias en los usurpadores de la soberanía del pueblo, no alcanzó jamás a despertar recelos ni odiosidades en los ciudadanos sensatos, que buscaban las distintas filas partidistas movidos por el ideal patriótico de contribuir al mejoramiento de la República y de sus instituciones. Su lucha esforzada y gigantesca, no fue, ni es ni será contra hombres, sino contra sistemas, que debilitaron el carácter, corrompieron las costumbres y falsearon, en grosera y vulgar simulación, todos los resortes legales de la organización democrática de gobierno.”

En 1913 postuló como candidato a gobernador de La Rioja, llevando como compañero de fórmula a Arsenio de la Colina[2] y dirigió enérgicamente a la oposición. En vísperas de asumir la gobernación el conservador fraudulento Vera Barros, Luna fue encarcelado bajo sospechas de preparar un movimiento revolucionario. En efecto, un nuevo fraude conservador impedía a la U.C.R. el acceso al gobierno. El triunfo logrado en las urnas era desconocido por torpes manipulaciones en la Legislatura riojana, de donde resultaban con mayor número de electores quienes obtenían menos votos escrutados. A esta nueva jugarreta del fraude no quiso el radicalismo riojano dejar librada a la protesta panfletaria: se dispuso a combatirla con el uso de la fuerza nacida de la legitimación del triunfo electoral.
Entonces sobrevinieron los preparativos para una revolución. Se convocó a los electores radicales a un lugar llamado La Florida, para proclamar la fórmula triunfante encabezada por Pelagio B. Luna y de allí se bajaría a tomar el gobierno. La Florida era una estancia que pertenecía a la familia del ingeniero Pedro Bazán, amigo y cuñado de Luna. La Revolución de La Florida o “La Revolución de Don Pelagio” (Mercado Luna, 1982) se frustró finalmente por razones e intereses de extensas explicaciones (Todo es Historia”, Nº 104, año 1976). Lo cierto es que en este episodio todos los alzados fueron a parar a la cárcel. Eran la plana mayor de la dirigencia radical de aquel entonces: Quiroga, Páez, Sotomayor, Guzmán Rodríguez, Bazán y el propio Dr. Luna (Pereira, 2008).
Luna también fue convencional nacional y delegado al Comité Nacional de la U.C.R. en varios períodos consecutivos. “Luna no era caudillo, ni tribuno exaltado. Era un convencido ardoroso y paciente de la verdad o justicia de su causa” (La Nación, 26/06/1919). Hipólito Yrigoyen lo eligió para que lo secundase en la fórmula presidencial siendo conocedor de la probidad y austeridad de Luna, aunadas a sus virtudes cívicas y morales. El segundo lugar tuvo como objetivo cumplir con en el deseo de complementar el binomio con un representante genuino y prestigioso de las provincias del interior profundo (Bucich Escobar, 1934:466) que a la vez fuese un hombre nuevo en las artes del gobierno (La Unión, 25/6/1919).
El 20 y 21 de marzo de 1916 se reunió en la Casa Suiza la Convención Nacional de la U.C.R. para decidir, entre otros asuntos, elegir la dupla que competiría en las elecciones de abril. Existían varias especulaciones, según las cuales, el candidato natural, Yrigoyen, rechazaría el ofrecimiento, por lo cual ya se habían echado a rodar otros nombres[3].
El 22 se trasladaron las deliberaciones al viejo teatro Victoria (ex Teatro Onrubia)[4], el cual se encontraba desde las 8 de la mañana repleto de público. Los delegados estaban distribuidos frente al proscenio en dos amplios sectores separados por un pasillo. Presidía el escenario un gran busto de Leandro N. Alem envuelto en una bandera argentina. Había nerviosidad y expectativa. A las 10.30 se reanudó la sesión. Uno por uno van siendo llamados los convencionales, que depositaron su voto en una urna colocada en el escenario. Un silencio palpitante envolvía la larga ceremonia. El primer voto que se escrutó dio el nombre de Yrigoyen. Entonces la Convención y la concurrencia se pusieron de pie y aclamaron el nombre de Yrigoyen durante largo tiempo. Dentro y fuera del teatro se cantaba el Himno Nacional." (...) 140 votos obtuvo Yrigoyen, 2 Leopoldo Melo y uno cada uno José Camilo Crotto, Marcelo T. de Alvear y Vicente Gallo. En otra elección similar, pero más disputada, fue elegido para acompañar a Yrigoyen el Dr. Pelagio Luna, quien recibió 81 votos, 59 Vicente Gallo, 4 Joaquín Castellanos y 1 Leopoldo Melo.[5]
Yrigoyen se consideraba imbuído de una actitud “apostólica” de la política, o sea predicar con su austera conducta y difundir las prácticas cívicas (principalmente electorales) más puras y modélicas. Creía que debía cumplir la reparación histórica de la Nación para restaurarla en la plenitud de sus fueros. En la plataforma electoral de 1916 afirmaba que su gobierno se realizaría dentro de las finalidades superiores de la Constitución rectamente aplicada en su espíritu y en su texto (Andino, 2001).

2.- La vicepresidencia: 1916-1919
“Tuvo por principal empeño el bien de su patria,
a cuyo respeto y engrandecimiento contribuyó
con el brillo de su inteligencia y ejemplo de su vida,
consagrada en el cumplimiento de los deberes ciudadanos.”
(José Modesto Giuffra, Interventor Federal de Corrientes, 25/06/1919).

Las elecciones de 1916 se celebraron el 2 de abril, siendo las primeras que se realizaban observando la Ley Sáenz Peña. Al entonces presidente Victorino de la Plaza le cupo la alta responsabilidad de aplicar rigurosamente la legislación electoral de 1912 de voto secreto, obligatorio y universal masculino, con padrones depurados y reconocer los resultados adversos al ideario conservador.
El triunfo correspondió a la Unión Cívica Radical, con el 45,9% de los sufragios, habiendo votado el 63% de los empadronados; lo cual fue conocido el 13 de abril cuando concluyeron los escrutinios de todas las provincias y la Capital Federal. Finalmente, el 12 de junio Yrigoyen y Luna fueron consagrados como presidente y vicepresidente, respectivamente, por el Colegio Electoral[6].
Las votaciones del Colegio electoral fueron las siguientes:

PARA PRESIDENTE
Hipólito Yrigoyen 152
Ángel Rojas 104
Lisandro de la Torre 20
Juan B. Justo 14
Alejandro Carbó 8
PARA VICEPRESIDENTE
Pelagio Luna 152
Juan E. Serú 103
Alejandro Carbó 20
Nicolás Repetto 14
Carlos Ibarguren 8
Julio Argentino Roca (h) 1

El 20 de julio el Congreso Nacional proclamó la fórmula Hipólito Yrigoyen-Pelagio B. Luna para el período constitucional 1916-1922. Al concluir el procedimiento de rigor, el diputado radical Lauro Lagos pidió que la Asamblea se pusiera de pie. El titular de la Cámara de Diputados Mariano Demaría se negó, al igual que a rendir homenaje a los electos, provocándose un tumulto considerable, donde todos los legisladores hablaban a la vez, la campanilla llamaba al orden y la barra fue desalojada por orden de la presidencia del Senado.
El 12 de octubre de 1916, Luna al asumir el cargo de vicepresidente se dirigió al Congreso de la Nación en su carruaje particular y sin comitiva alguna. Mientras tanto, Yrigoyen, lo hizo en medio de un verdadero delirio, a extremo tal que se soltaron los caballos del carruaje presidencial para que el nuevo mandatario pudiese ser llevado por los brazos de sus simpatizantes (Romano, 1966).
Luna designó como secretario privado al Dr. Fortunato Guzmán Rodríguez y el presidente Yrigoyen lo convocaba a participar a los acuerdos del gabinete de ministros. Los residentes riojanos en Buenos Aires le tributaron una demostración de aprecio y reconocimiento, por ser el primer comprovinciano que llegaba a tan altas responsabilidades en la República. Durante su gestión como presidente del Senado se estableció la estructura orgánica de la Biblioteca del Congreso Nacional de la que fue su primer presidente de la Comisión Administradora, entre los años 1917 y 1918.
En las sesiones finales de 1916 y primeras de 1917 se suscitó en el Senado de la Nación un conflicto entre el entonces flamante vicepresidente de la Nación y presidente nato del Senado, Dr. Pelagio B. Luna y el presidente provisional del cuerpo el senador por Mendoza Benito Villanueva, como consecuencia de una cuestión administrativa que aunque parecía intrascendente tuvo una gran repercusión política.
Sucedió que el primer decreto que firmó Luna como presidente nato del Senado, el 20 de octubre de 1916, fue dejando sin efecto tres designaciones de personal jerárquico del Senado que con fecha 5, 6 y 9 del mismo mes de octubre había suscripto el presidente provisional Villanueva. El argumento utilizado para revocar las designaciones fue que a la fecha en que se habían efectuado, no se encontraban todavía vacantes los cargos en cuestión.
En la primera sesión efectuada después de los hechos referidos, el senador Villanueva cuestionó la actitud del Dr. Luna, sosteniendo que había obrado dentro de sus facultades como presidente provisional y que los cargos habían estado efectivamente vacantes al tiempo de realizar las designaciones, razón por la cual pedía un pronunciamiento de la Cámara sobre la cuestión planteada.
El Dr. Luna hizo una firme defensa de su posición, agregando a sus argumentos anteriores que cuando el senador Villanueva suscribió los decretos de designación ya había dejado de ser presidente provisional por haber fenecido el periodo de sesiones ordinarias. No obstante esa defensa, la Cámara de Senadores, uno de cuyos integrantes era Joaquín V. González, hizo causa común con Villanueva y resolvió designar una comisión especial de tres miembros para estudiar y dictaminar sobre el conflicto[7].
El dictamen de la comisión especial dio la razón a Villanueva al sostener que éste había obrado dentro de sus atribuciones como presidente provisional del Senado al efectuar las designaciones posteriormente anuladas por el Dr. Pelagio B. Luna. Y si bien se pronunció por mantener las cosas como estaban, es decir sin anular lo actuado por el vicepresidente, resolvió proponer que en el futuro los nombramientos y remociones de los empleados de la Cámara tenían que ser resueltos por la mesa de la integrada por el presidente y vicepresidente provisorios, lo cual significaba un evidente recorte a las facultades del Dr. Luna en su carácter de titular nato del Senado.
Al tratarse el dictamen en el recinto el vicepresidente de la Nación se excusó de presidir la sesión, pero antes de retirarse pronunció un breve discurso dando a entender que detrás de este conflicto había intereses políticos vinculados a cuestiones locales, en obvia alusión a su comprovinciano el Dr. González quien presidía la Comisión de Negocios Constitucionales y tenía gran influencia en el Senado. Así el Dr. Luna consideró necesario llamar la atención de la Cámara...”porque encierra a través de una cuestión, al parecer nimia, y con un olorcillo de aldea, cuestiones fundamentales que se rozan con las facultades que tiene el vicepresidente de la República en ejercicio de sus facultades constitucionales de presidente del Honorable Senado..”. La frase es indicativa, con cierta sutileza, de la referencia a una situación política local.
La Cámara resolvió posteriormente remitir los antecedentes del caso a la Comisión de Negocios Constitucionales para un nuevo estudio, lo que originó un enjundioso informe salido de la inconfundible pluma de su presidente, el Dr. Joaquín V. González, en el cual se hizo un profundo análisis de las atribuciones de la Cámara y de sus autoridades, llegando a la conclusión de que el presidente provisional Villanueva había ejercido sus legítimas atribuciones al efectuar los nombramientos cuestionados, desautorizando de ese modo lo actuado por Pelagio B. Luna como presidente del Senado al anular dichos nombramientos.
En ese meduloso informe Joaquín. V. González explicó que las funciones que ejerce el vicepresidente de la Nación en su carácter de presidente del Senado no están establecidas en la Constitución, como argumentaba Pelagio B. Luna, sino que son las que le confiere el Reglamento dictado por la Cámara de Senadores, del mismo modo que se las otorga al presidente provisional cuando le corresponde reemplazar a aquel, con igual autoridad dentro de la Cámara. Por esa razón González consideró que no eran fundadas las expresiones del Luna cuando sostuvo: “creo y espero que el Honorable Senado, al tratar este asunto, no ha de llegar a herir la dignidad de la Nación, ni la alta representación que invisto, que no viene de la Honorable Cámara, sino de la Constitución y del voto del pueblo argentino”.
Pero el informe de González no se limitó a defender las atribuciones de la Cámara y descalificar, aunque con mucha altura y respeto, la posición asumida por el Dr. Pelagio B. Luna, sino que la puso en el contexto de una serie de pronunciamientos contra el Senado motivados por los hechos en cuestión y por la “pasión ambiente” que implicaban un trato desconsiderado e impropio…“de los respetos que él merece, tanto por su institución, como por el valor individual y colectivo de sus miembros…”
Lo relatado nos permite advertir cómo, un “simple episodio de administración interna”, según lo calificara González al final de su informe, puso de manifiesto un enfrentamiento político entre dos ilustres comprovincianos, en el ámbito de la más alta institución representativa del federalismo como es el Senado de la Nación (vid. González, 1919).
Luego de las intervenciones federales “reparadoras” dictadas en 1917 por Yrigoyen a Buenos Aires, Corrientes, Mendoza, Jujuy y Tucumán; en 1918 a Salta, La Rioja y Catamarca; en 1919 a San Luis, Santiago del Estero y San Juan, luego de las cuales se llamó por medio de interventores a elecciones libres y los gobiernos locales fueron entregados a sus legítimos triunfadores. Estas actitudes “personalistas” del presidente, disgustaron a muchos de los integrantes de su partido: legisladores, intelectuales, doctrinarios.
Se fueron delineando de tal modo dentro del Partido Radical dos corrientes, ambas basadas, en teoría, en los cuatro puntos del programa de Alem de 1891. Una, corporizada por Yrigoyen, que entendía al radicalismo como advenimiento del pueblo a la escena política y recuperación de la conciencia nacional perdida, de la cual él se consideraba sino el único, por lo menos el mejor intérprete (“radicalismo-sentimiento” o “personalismo”, esto último según sus detractores). La otra, que se encarnará en Alvear y los “doctores” de la U.C.R., que privilegiaba en las formas a la actividad política, la claridad administrativa y la impersonalidad en la acción de gobierno (“radicalismo doctrinario”, antipersonalista” o “contubernista” según los seguidores de Yrigoyen).
Los antipersonalistas no percibían el pueblo real tras las formas doctrinarias y normativas abstractas. Con Yrigoyen se alinearon unos pocos dirigentes (los “incondicionales o genuflexos”): Pueyrredón, Délfor del Valle, los Oyhanarte, Caballero, Cantilo, Elpidio González y alguno más. La inmensa mayoría fue “antipersonalista o contubernista”: Crotto, Lencinas, Laurencena, Saguier, Gallo, los Melo, Becú, Castellanos, Barroetaveña.
Algunos autores intentan demostrar que Luna había virado al final de su existencia hacia el antipersonalismo, molesto por las actitudes del presidente, especialmente con las intervenciones federales a las provincias. Sin embargo, no hay elementos de convicción que permitan sostener siquiera a título de incertidumbre que esa lealtad indiscutible, esa condición de adicto leal a Yrigoyen hubiera estado herida o hubiese trocado en crítica disimulada (La Época, 25/6/1919; La Lucha, 29/6/1919; Decreto de Honores, 25/6/1919).
Con certeza podemos poner de resalto que Luna, en su calidad de vicepresidente de la Nación, nunca se complicó en maniobras de caudillaje, aislándose de las esferas personalistas, aunque abroquelándose en sus principios y en su lealtad (La Voz del Interior, junio 1919).

3.- El juicio de sus contemporáneos
“Por esta ofrenda de sus vidas
hecha en común por todos ellos,
individualmente, cada uno de ellos,
se hizo acreedor de un renombre
que no se vuelve caduco,
así como se hizo acreedor de un sepulcro,
mucho más que el receptáculo de sus huesos:
ya que es el más noble de los altares.”
(Oración fúnebre a Pericles de Tucídides).

Del primer vicepresidente radical fallecido el 25 de junio de 1919 en el ejercicio de su cargo y velado en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, se rescata su austera modestia y su figura moral (Goyeneche, 1919), que en el desempeño de la segunda magistratura puso en notoria evidencia todos sus valores (Ferrari, 1919). La recta fue la norma invariable de su conducta pública y privada, reafirmando con el alto concepto de magistrado integérrimo sus condiciones de ciudadano probo e impoluto.
Fue un ejemplo de virtudes ciudadanas (Pueyrredón, 1920:81; La Época, 25/06/1919) “acrisoladas” (La Razón, 25/06/1919); espíritu ecuánime (Villanueva, 1920:82). Perteneció a las filas de la Unión Cívica Radical, sin ningún desfallecimiento en las épocas difíciles o en los contrastes, revelando una unidad de conducta, una consecuencia y una lealtad que fueron reconocidas por sus amigos y respetadas por sus adversarios. Poseía esas virtudes, esas abnegaciones, esas energías que han sido el cimiento de nuestra nacionalidad y que han contribuido a organizar, construir y consolidar instituciones (Idem).
Ante su tumba, el Nuncio Apostólico monseñor Vasallo de Torregrossa destacó su honradez e hidalguía en una vida que se vio desenvuelta sin transacciones que manchan ni debilidades que deshonran. El deber y la conciencia han sido en todo momento la norma constante e inmutable de todos sus actos. “Nadie ha podido poner en duda la rectitud de sus miras y la altura de su conciencia, que no ha sacrificado jamás ante ninguna conveniencia personal. Hombre de carácter y convicciones profundas, no ha conocido las claudicaciones que envilecen, ni las cobardías que descalifican” (Vasallo de Torregrossa, 1920:85-86).
Pelagio Luna poseía un espíritu sereno y previsor, ajeno a intereses accidentales; permanentemente imbuido de un real sentimiento patriótico, todo ello realzado por una palabra suave y persuasiva que alejaba toda idea de malevolencia (Puig Lómez, 1920:89). Luchó sin vacilaciones por el triunfo definitivo de la libertad y la justicia (Gómez, 1920:91); “para reconquistar con fe conciente el libre ejercicio de los derechos de sus conciudadanos, el imperio de la Constitución y de las leyes, el resurgimiento de la gran Nación Argentina” (De la Vega, 1920:115).
“Fue vicepresidente de la República y no de una colectividad determinada” (La Nación, 26/6/1919), caracterizado por su don de gentes, flexibilidad de buen político. No dejó recuerdo de ningún agravio. Para resolver los problemas del país, lo hizo pensando en los valores intelectuales y científicos, sin cuidarse de la opinión de los comités, ni de las propias simpatías cívicas. Los enemigos del partido radical no olvidaron los respetos que valían la integridad y prestigios de Luna (La Prensa, 26/6/1919).
Llegó a las altas esferas del poder, por la fuerza de sus merecimientos, más que por la obra de sus ambiciones (La Razón, 25/06/1919). Fue aupado a la vicepresidencia en honor a su lealtad, la pureza de sus propósitos (La Montaña, 25/6/1919) y la serenidad de sus juicios (Las Noticias, 25/6/1919). Su entereza cívica no claudicó jamás (El independiente, junio de 1919). El presidente Yrigoyen, en el Decreto de Honores señaló que debía honrarse la memoria del esclarecido ciudadano, cuya consagración ejemplar al servicio de la Nación lo ha hecho acreedor a su mayor gratitud.
“Siempre las tareas más difíciles le han sido encomendadas por lo gobiernos pasados a pesar de sus ideas políticas contrarias, porque el doctor Luna para La Rioja era su padre tutelar, consejero del gobierno en las cuestiones arduas de interés colectivo, y consejero del pueblo. Así, representó a la Provincia en sus litigios de límites territoriales con las demás, y cada vez que se trataba de hacer un bien a la sociedad, ahí estaba el doctor Luna dispuesto a los mayores sacrificios, con tal de ser útil a sus comprovincianos, con una elevación de miras que ha sido proverbial en su persona.”
“Practicaba el culto del bien a los demás, con la misma religiosidad que al Dios de sus sentimientos más íntimos, y en obsequio a ello jamás reconoció obstáculos ni dificultades. Desde el más rico que habita su mansión opulenta hasta el más pobre y humilde que mora en su choza o rancho azotado por el vendaval, han recibido sus servicios y sus consejos, encontrando siempre en él un benefactor gratuito y desinteresado. A todos ha hecho el bien. A ninguno ha hecho mal. No habrá riojano, por más degenerado que sea en sus pasiones, capaz de contradecir esta afirmación que es, en realidad, axiomática. Siempre el desvalido encontraba en él su mano generosa para aliviarse de la miseria y el potentado, al jurisconsulto íntegro, consumado y capaz para defender sus intereses, apartarlo del error y endilgarle por el recto sendero de la verdad” (De La Vega, 1920).
Su deceso, luego de una cruel enfermedad pulmonar, provocó consternación en toda la República, los homenajes se sucedieron desde Jujuy a Bahía Blanca y de Mendoza a Corrientes. El presidente de la Cámara de Diputados Arturo Goyeneche (1919), al anunciar de pie su deceso en la sesión destacó “la austera modestia que caracterizó a su figura moral”. En la sesión del 27 de junio de 1919 en la Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe, el representante del departamento Rosario Agustín Araya (1919) informó acerca del fallecimiento del "doctor don Pelagio B. Luna, vicepresidente de la República" quien "por sus condiciones de carácter, por su ecuanimidad, su bondad de espíritu y demás bellezas que adornaban su persona, se había granjeado las simpatías de todos".
Los decretos de honores y las honras fúnebres estuvieron a la altura del repúblico que moría joven a los 52 años. Se suspendieron las clases en los colegios, las lámparas de alumbrado de Buenos Aires fueron cubiertas con crespones negros, numeroso público y delegaciones de las escuelas primarias de la Capital escoltaron el cortejo fúnebre, ostentando enlutadas banderas de ceremonias. Las campanas de todos los templos dependientes del Arzobispado de Buenos Aires doblaron en su homenaje de 12 a 12:30 cuando sus restos fueron trasladados a la estación de trenes de Retiro, para emprender el postrer viaje a su La Rioja natal.
Desde entonces, descansa en el Cementerio del Salvador. En 1920 y 1921 se publicaron sendos libros en su memoria, uno por el Ministerio del Interior, citado aquí profusamente y el otro por una comisión presidida por su amigo y socio del estudio jurídico Dr. Daniel Bausch, titulado: “Homenaje del Pueblo de La Rioja al Vicepresidente de la Nación Dr. Pelagio B. Luna en el 2º aniversario de su muerte” en la Imprenta y Tipografía de la Provincia.
El 4 de setiembre de 1920 la Cámara de Diputados de La Rioja, sancionó una ley mediante la cual se impuso el nombre de Pelagio B.Luna al Departamento de San Blas de los Sauces[8]. En 1921 la céntrica calle 9 de Julio de la capital riojana pasó a denominarse Vicepresidente Dr. Pelagio B. Luna.
Radical de aristas bien definidas e inconfundibles, de conciencia y de convicciones, practicaba lo que predicaba, alentaba con su ejemplo y su palabra, sosteniendo bien alto el pendón del partido, no defeccionando nunca, ni aún en las mayores adversidades. Fue uno de los adláteres de Yrigoyen para poner en marcha la “república verdadera”.
Pelagio Luna murió en el año más duro de la primera presidencia de Yrigoyen, en el que se evidenció la agudización de la conflictividad social, se produjo la Semana Trágica y el diputado conservador bonaerense Matías Sánchez Sorondo solicitó el juicio político del presidente de la Nación. La vacante dejada por Luna no fue cubierta hasta el fin del mandato en 1922 y el Senado estuvo presidido por el conservador mendocino Benito Villanueva (Persello, 2004:121).
La U.C.R. de La Rioja rodeó a Luna hasta su fallecimiento, pero una vez obtenido el gobierno provincial se formaron dos alas, la de los principistas y la de los verdaderos. Los primeros levantaban las banderas de la reivindicación social, al estilo de lencinistas, cantonistas, veristas tucumanos y partidarios de Miguel Tanco en Jujuy. Se confesaban contrarios al caudillismo y cualquier personalismo. Los “verdaderos” liderados por Daniel Bausch, eran cercanos a las posturas de los “azules”. Cuando se produjo la escisión del partido, ambos devinieron antipersonalistas (Persello, 2004:45).

4.-Una faceta desconocida: Luna católico practicante
"De rodillas para orar, pero de pie para luchar"

En el diario de sesiones del 12/10/1916 consta que juró por Dios y la Patria sobre los Santos Evangelios. En su deceso fue despedido por el Nuncio Apostólico, como representante de todo el cuerpo diplomático acreditado ante el gobierno nacional. El diario "Los Principios" de Córdoba (junio 1919) en su juicio necrológico dice que Luna "era bueno y creyente, modesto y sincero, afectuoso y servicial". Se acercaba a los gobernadores del régimen para "interceder en favor de algún cura de campaña que siempre encontraron un gestor eficiente para consolar sus tribulaciones, en el "doctor Pelagio" (Los Principios, 1919), o como los hombres mas humildes del pueblo lo llamaban con respeto y admiración: “don Pelagio”.
Luna era un católico práctico y ferviente y en ningún momento tuvo a menos confesar su fe. Pocos meses antes de su elección como vicepresidente hizo realizar en su casa de La Rioja, la entronización del Sagrado Corazón de Jesús, actuando como ministro oficiante el obispo auxiliar de Córdoba, monseñor Dávila. Después de jurar el cargo, concurrió a una gran solemnidad religiosa de los ex-alumnos del Salvador. Acostumbraba a llevar el palio en las procesiones del Santísimo Sacramento. Ello provocaba el asombro respetuoso de los porteños, en una época de "indiferentismo... y hostilidad religiosa" (Los Principios, 1919).
Asimismo, el doctor Luna fue asesor jurídico ad honores del Círculo Católico de Obreros, fundado por el sacerdote Vera Vallejo y luego se convirtió en vicepresidente primero de la Comisión Directiva de dicha corporación. Era de uno de sus afiliados más asiduos y constantes.
En su despedida el diputado nacional Arturo Isnardi (1920:94) exaltó al vicepresidente muerto expresando:
“Era un creyente fervoroso y sincero; su apostolado cristiano era tan sagrado como su evangelio democrático; no admitía el suaviter in modo, fortiter inrino como fórmula logrera de acomodamientos adventicios, sino como una orientación moral de sinceridad afectuosa y tolerante dentro de los límites irreductiblemente señalados”.

Su leal amigo, el presbítero Carlos Vera Vallejo (1920:105-106), en su oración fúnebre señalaba al respecto:
“…la fe de sus mayores, era también su fe… La Iglesia Católica que él respetó y amó con las más íntimas afecciones de su alma acompaña con el simbolismo de su liturgia en este homenaje…Descansa en paz, noble creyente, ciudadano ilustre y que la Cruz que desde hoy extienda amorosa los brazos sobre tu tumba, sea símbolo de la paz que goces en el abrazo de Cristo, a quien confesaste y amaste como noble caballero en la tierra.”

Finalmente, el presbítero José Pío Cabral (1920:141-142), Cura Rector de la Iglesia Matriz, en el solemne funeral predicaba:
“Católico ferviente, el doctor Pelagio B. Luna hacía alarde de sus profundas convicciones en todas partes y hoy vemos con satisfacción que respetando sus creencias, sus despojos mortales reposan en estos momentos en este santo recinto donde habita la plenitud de la divinidad, para rendirle el mejor homenaje bajo las bóvedas del templo, testigo del cumplimiento de sus deberes de cristiano.”


CONCLUSIÓN
Hay hechos que no mueren.
Hay hombres que proclaman
eternamente la victoria y vibran
en las gigantes arpas de la fama.

Para que pueda primar la ética en la política, poner límites a los abusos del poder, transformar las instituciones vendidas al mal en otras orientadas al bien común; con Rocco D´Ambrosio (2005) sostenemos la imperiosa necesidad de educar al hombre para ser ciudadano, que Dios es la fuente del poder, que el bien común debe ser el fin, tener a la Justicia como regla, al amor como estilo y a la paz como clima.
Han de redefinirse los conceptos de vocación, competencia, participación y colaboración. El diálogo debe ser tomado como desafío y corresponde que los ciudadanos vigilen a quienes gobiernan. Nuestros políticos, deben volver a ser hombres que sientan a la cosa pública, bajo la especie de actuante probidad (Mallea, 2001:31), como lo hizo Pelagio B. Luna, injustamente olvidado del panteón de los patriotas y del credo radical (Quevedo, 2003; Sívori, 1964). Así se restaurará la ligazón entre ética y política en las instituciones de la Nación en el presente siglo veintiuno.
De este riojano de físico breve y atuendo pulcro, huesudas manos y exangüe fisonomía marcada con un extenso y poblado bigote horizontal (El Diario de Paraná, 1985), poco más puede agregarse. Ante las palabras de sus fieles partidarios y respetuosos adversarios, huelgan hoy los comentarios. Recuérdese solamente que desde su función de vicepresidente no convirtió su despacho en un comité donde se ofreciesen o vetasen candidaturas.
Conmemórese que enalteció su investidura con procedimientos y actitudes por demás de edificantes. Jamás fue custodiado por ningún guardaespaldas. Remárquese que era cumplidor en todos los actos de su vida. Citaba y cumplía. No hacía esperar a nadie y a todos trataba con afecto y consideración. Nunca más reléguese de la memoria que el Dr. Luna -vicepresidente de la República-, fue el mismo Dr. Luna, ciudadano, cristiano y luchador (Sívori, 1964, Quevedo, 2003:15).
Él, a lo largo de su trayectoria supo imbricar la ética y la política. Es un ejemplo señero, al que debemos retrotraernos para lograr una nueva complementación de los dos vocablos que hoy se aproximan, en el común denominador de la ciudadanía, a una contradictio in términis.



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Hemerografía

Revista Todo es Historia (1976) número 104
El Diario (Paraná) junio de 1985.
Diarios y periódicos de la época:
El Independiente (La Rioja)
La Época
La Lucha (Lobos)
La Montaña
La Nación
La Prensa
La Razón
Las Noticias
La Unión
La Voz del Interior (Córdoba)
Los Principios (Córdoba)
Diario de Sesiones del H. Senado de la Nación
Diario de Sesiones de la H. Cámara de Diputados de la Nación
Diario de Sesiones de la H. Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe
Diario de Sesiones de la H. Cámara de Diputados de la Provincia de Entre Ríos




[1] También su nombre aparece escrito como “Pelagio Baltasar” y en otras ocasiones como “Pelagio Belindo”, sin embargo el que le fue dado por sus padres y tal como consta en la Fe de Bautismo es “Pelagio Baltazar”. Pelagio significa “aquel que tiene la voluntad de escoger”, es de origen griego. Baltazar, por su parte siendo de origen asirio, significa “que es protegido por Dios”. Sus dos vocaciones que profesó: la democracia y la fe estaban predestinadas desde su nacimiento.
[2] La fórmula conservadora estaba conformada por Tomás Vera Barros y Silvano Castañeda, quienes obtuvieron 5.300 votos contra 2.600 de Luna-de la Colina.
[3] En efecto, Yrigoyen rechazó en principio la elección como candidato a presidente y Luna adhirió a la posición del líder radical. Empero, ante la insistencia de los convencionales y las bases partidarias Yrigoyen y Luna retiraron sus renuncias, pronunciando el primero la histórica frase: “Bueno, ahí tienen mi nombre. Hagan de mi lo que quieran, me entrego a la voluntad de ustedes”.
[4] El antiguo Teatro Onrubia, llamado en 1916 “Victoria” se hallaba ubicado en la calle Victoria, hoy denominada Hipólito Yrigoyen.
[5] Por entonces, el radicalismo estaba diferenciado en dos grupos, los “yrigoyenistas netos” o rojos, entre los que se hallaba Pelagio Luna y los “radicales blandos”, “galeritas” o “azules” acaudillados por Vicente Gallo.
[6] La fórmula Yrigoyen-Luna que ganó los comicios de 1916, también tuvo su tango, titulado, precisamente, con el nombre de ambos candidatos. Su autor fue el pianista Julio V. Leone. Lo editó la Imprenta Musical Ortelli Hnos con esta dedicatoria: “A los doctores Hipólito Irigoyen (sic) y Pelagio Luna, Presidente y Vice de la República Argentina” (Ostuni, 2008).
[7] Nótese que en 1916 el Senado de la Nación tenía mayoría conservadora, la que se mantuvo hasta el fin del período constitucional en 1922.
[8] En 1952 fue restituido el antiguo nombre al Departamento, quitándose el homenaje dado al ilustre ciudadano tres décadas antes (Ottonello, 1997).

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